viernes, 29 de enero de 2010

En defensa del matrimonio entre personas del mismo sexo


Dedicado a los que odian la libertad.

El rechazo al matrimonio entre personas del mismo sexo, así como la negativa hacia la adopción por parte de esas parejas, no se funda -y no podría sustentarse- en dogmas religiosos o en una moral religiosa y, ni mucho menos, en el Derecho del constitucionalismo democrático. Me explico a continuación.

La oposición al matrimonio gay encuentra su origen, más bien, en el prejuicio, en el odio hacia el pluralismo y la diversidad y en el desprecio hacia la libertad y la igualdad de derechos. Está anclada simple y sencillamente en el temor y en la incapacidad de someter a prueba esquemas de pensamiento irracionales e irrazonables; tiene sus más profundos comienzos en sentimientos primitivos de asco y repulsión; emociones tales que no pueden encontrar eco en ninguna moral o código religioso que se precie de "humanista e universalista"; precisamente dos rasgos que, pienso, son la clave de la moral propia del constitucionalismo democrático (sí, efectivamente, el constitucionalismo posee una moral: la moral de la ilustración).

Si lo anterior es cierto (o incluso aunque sea parcialmente cierto), debemos exigir a los detractores del matrimonio gay más honestidad y mayor congruencia y sinceridad, pero no sólo hacia los demás sujetos de la comunidad política de la que forman parte sino, sobre todo y principalmente, honestidad y congruencia hacia ellos mismos: no podemos permitir que el Derecho (y también la moral) sirvan como vehículos para esconder lo que en la realidad no es otra cosa que un discurso irracional, prejuicioso e inescrutable, esto es, la clase de discurso que no tiene cabida en la política de una sociedad democrática.

Creo entonces que, en el fondo, tanto la Iglesia como sus valedores en el gobierno están equivocados al interpretar del modo como lo hacen sus propios ideales religiosos (que por otro lado no comparto), eso me lo dió a pensar el siguiente pasaje de La democracia en América: “Al cristianismo, que ha hecho a todos los hombres iguales ante Dios, no le repugnará ver a todos los ciudadanos iguales ante la ley. Mas por un cúmulo de extraños acontecimientos, la religión se encuentra momentáneamente comprometida con los poderes que derroca la democracia, llegando a ocurrir a menudo que rechaza la igualdad que ama, y maldice la libertad como si se tratara de un adversario”.